Esplandian El Caballero Andante.pdf
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En la Edad Media, un caballero era una unidad guerrera que formaba parte de la hueste (fuerza militar) de un señor feudal o de un rey. La hueste se componÃa a su vez de mesnadas que en batalla formaban en haces (escuadrones o unidades tácticas paradas y cerradas de combate que avanzan a pie). Con motivo de las Cruzadas se crearon las órdenes militares, formadas por caballeros que se comprometÃan a votos monásticos, como la orden templaria o la orden hospitalaria. En los distintos reinos se fueron creando otras órdenes, como las órdenes militares españolas. Los rituales de iniciación incluÃan elementos luego incorporados al imaginario de la caballerÃa andante, como el velar las armas (pasar una noche en oración ante las armas) y ser armado caballero (en una ceremonia propia del homenaje e investidura de las relaciones feudo-vasalláticas).
Hoy en dÃa, la constancia de tales caballeros es prácticamente de carácter mÃtico y forma parte del folclore de Europa. El ejemplo más claro se encuentra en la leyenda del Rey Arturo y sus caballeros de la Mesa Redonda, donde en diversas ocasiones los caballeros al mando del rey posponen sus obligaciones no inmediatas para servir al pueblo. No obstante, todavÃa se denomina caballeresco al comportamiento cortés y galante de los caballeros (varones) hacia las damas (mujeres); o a las actitudes desinteresadas o que respetan un código de honor, sobre todo cuando se mantienen contra el propio bienestar, interés o seguridad. Un comportamiento extremado en ese sentido llegarÃa a calificarse de heroÃsmo.
Don Quijote nos ofrece en el capÃtulo XIII de la primera parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha una concisa historia y explicación de en qué consiste el oficio de caballero andante, según sus nociones, no siempre correctas.
Sólo quisiera dártela monda y desnuda, sin el ornato de prólogo, ni de lainumerabilidad y catálogo de los acostumbrados sonetos, epigramas y elogiosque al principio de los libros suelen ponerse. Porque te sé decir que,aunque me costó algún trabajo componerla, ninguno tuve por mayor que haceresta prefación que vas leyendo. Muchas veces tomé la pluma para escribille,y muchas la dejé, por no saber lo que escribirÃa; y, estando una suspenso,con el papel delante, la pluma en la oreja, el codo en el bufete y la manoen la mejilla, pensando lo que dirÃa, entró a deshora un amigo mÃo,gracioso y bien entendido, el cual, viéndome tan imaginativo, me preguntóla causa; y, no encubriéndosela yo, le dije que pensaba en el prólogo quehabÃa de hacer a la historia de don Quijote, y que me tenÃa de suerte queni querÃa hacerle, ni menos sacar a luz las hazañas de tan noble caballero.
Con silencio grande estuve escuchando lo que mi amigo me decÃa, y de talmanera se imprimieron en mà sus razones que, sin ponerlas en disputa, lasaprobé por buenas y de ellas mismas quise hacer este prólogo; en el cualverás, lector suave, la discreción de mi amigo, la buena ventura mÃa enhallar en tiempo tan necesitado tal consejero, y el alivio tuyo en hallartan sincera y tan sin revueltas la historia del famoso don Quijote de laMancha, de quien hay opinión, por todos los habitadores del distrito delcampo de Montiel, que fue el más casto enamorado y el más valientecaballero que de muchos años a esta parte se vio en aquellos contornos. Yono quiero encarecerte el servicio que te hago en darte a conocer tan nobley tan honrado caballero, pero quiero que me agradezcas el conocimiento quetendrás del famoso Sancho Panza, su escudero, en quien, a mi parecer, tedoy cifradas todas las gracias escuderiles que en la caterva de los librosvanos de caballerÃas están esparcidas.
RompÃ, corté, abollé, y dije y hicemás que en el orbe caballero andante;fui diestro, fui valiente, fui arrogante;mil agravios vengué, cien mil deshice.Hazañas di a la Fama que eternice;fui comedido y regalado amante;fue enano para mà todo gigante,y al duelo en cualquier punto satisfice.Tuve a mis pies postrada la Fortuna,y trajo del copete mi corduraa la calva Ocasión al estricote.Más, aunque sobre el cuerno de la lunasiempre se vio encumbrada mi ventura,tus proezas envidio, oh gran Quijote!
Oh, quién tuviera, hermosa Dulcinea,por más comodidad y más reposo,a Miraflores puesto en el Toboso,y trocara sus Londres con tu aldea!Oh, quién de tus deseos y libreaalma y cuerpo adornara, y del famosocaballero que hiciste venturosomirara alguna desigual pelea!Oh, quién tan castamente se escaparadel señor AmadÃs como tú hicistedel comedido hidalgo don Quijote!Que asà envidiada fuera, y no envidiara,y fuera alegre el tiempo que fue triste,y gozara los gustos sin escote.
Con estas razones perdÃa el pobre caballero el juicio, y desvelábase porentenderlas y desentrañarles el sentido, que no se lo sacara ni lasentendiera el mesmo Aristóteles, si resucitara para sólo ello. No estabamuy bien con las heridas que don BelianÃs daba y recebÃa, porque seimaginaba que, por grandes maestros que le hubiesen curado, no dejarÃa detener el rostro y todo el cuerpo lleno de cicatrices y señales. Pero, contodo, alababa en su autor aquel acabar su libro con la promesa de aquellainacabable aventura, y muchas veces le vino deseo de tomar la pluma y dallefin al pie de la letra, como allà se promete; y sin duda alguna lo hiciera,y aun saliera con ello, si otros mayores y continuos pensamientos no se loestorbaran. Tuvo muchas veces competencia con el cura de su lugar -que erahombre docto, graduado en Sigüenza-, sobre cuál habÃa sido mejor caballero:PalmerÃn de Ingalaterra o AmadÃs de Gaula; mas maese Nicolás, barbero delmesmo pueblo, decÃa que ninguno llegaba al Caballero del Febo, y que sialguno se le podÃa comparar, era don Galaor, hermano de AmadÃs de Gaula,porque tenÃa muy acomodada condición para todo; que no era caballeromelindroso, ni tan llorón como su hermano, y que en lo de la valentÃa no leiba en zaga.
En resolución, él se enfrascó tanto en su letura, que se le pasaban lasnoches leyendo de claro en claro, y los dÃas de turbio en turbio; y asÃ,del poco dormir y del mucho leer, se le secó el celebro, de manera que vinoa perder el juicio. Llenósele la fantasÃa de todo aquello que leÃa en loslibros, asà de encantamentos como de pendencias, batallas, desafÃos,heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles; yasentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquellamáquina de aquellas sonadas soñadas invenciones que leÃa, que para él nohabÃa otra historia más cierta en el mundo. DecÃa él que el Cid Ruy DÃazhabÃa sido muy buen caballero, pero que no tenÃa que ver con el Caballerode la Ardiente Espada, que de sólo un revés habÃa partido por medio dosfieros y descomunales gigantes. Mejor estaba con Bernardo del Carpio,porque en Roncesvalles habÃa muerto a Roldán el encantado, valiéndose de laindustria de Hércules, cuando ahogó a Anteo, el hijo de la Tierra, entrelos brazos. DecÃa mucho bien del gigante Morgante, porque, con ser deaquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, élsolo era afable y bien criado. Pero, sobre todos, estaba bien con Reinaldosde Montalbán, y más cuando le veÃa salir de su castillo y robar cuantostopaba, y cuando en allende robó aquel Ãdolo de Mahoma que era todo de oro,según dice su historia. Diera él, por dar una mano de coces al traidor deGalalón, al ama que tenÃa, y aun a su sobrina de añadidura.
En efeto, rematado ya su juicio, vino a dar en el más estraño pensamientoque jamás dio loco en el mundo; y fue que le pareció convenible ynecesario, asà para el aumento de su honra como para el servicio de surepública, hacerse caballero andante, y irse por todo el mundo con susarmas y caballo a buscar las aventuras y a ejercitarse en todo aquello queél habÃa leÃdo que los caballeros andantes se ejercitaban, deshaciendo todogénero de agravio, y poniéndose en ocasiones y peligros donde, acabándolos,cobrase eterno nombre y fama. Imaginábase el pobre ya coronado por el valorde su brazo, por lo menos, del imperio de Trapisonda; y asÃ, con estos tanagradables pensamientos, llevado del estraño gusto que en ellos sentÃa, sedio priesa a poner en efeto lo que deseaba.
Fue luego a ver su rocÃn, y, aunque tenÃa más cuartos que un real y mástachas que el caballo de Gonela, que tantum pellis et ossa fuit, le parecióque ni el Bucéfalo de Alejandro ni Babieca el del Cid con él se igualaban.Cuatro dÃas se le pasaron en imaginar qué nombre le pondrÃa; porque, segúnse decÃa él a sà mesmo, no era razón que caballo de caballero tan famoso, ytan bueno él por sÃ, estuviese sin nombre conocido; y ansÃ, procurabaacomodársele de manera que declarase quién habÃa sido, antes que fuese decaballero andante, y lo que era entonces; pues estaba muy puesto en razónque, mudando su señor estado, mudase él también el nombre, y le cobrasefamoso y de estruendo, como convenÃa a la nueva orden y al nuevo ejercicioque ya profesaba. Y asÃ, después de muchos nombres que formó, borró yquitó, añadió, deshizo y tornó a hacer en su memoria e imaginación, al finle vino a llamar Rocinante: nombre, a su parecer, alto, sonoro ysignificativo de lo que habÃa sido cuando fue rocÃn, antes de lo que ahoraera, que era antes y primero de todos los rocines del mundo. 1e1e36bf2d